Un ciego de Jericó recibe la vista, Lc 18:35-43

Lc 18:38-39“Entonces dio voces, diciendo: ¡Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí! Y los que iban delante le reprendían para que se callase; pero el clamaba mucho más: ¡Hijo de David, ten misericordia de mí!".

Por fin pasaba por el camino, cerca suyo, la persona de quien ya había escuchado pero que no había podido conocer por su ceguera, pero ¿cómo hacer que Jesús se fijara en él con tanta gente que le rodeaba? De ahí entonces sus gritos, seguramente aturdidores, constantes. Ese era su día.

Era tanta la insistencia de este hombre, que los que iban pasando en esta peregrinación a la fiesta de la pascua a Jerusalén se sentían molestos por sus gritos y le exigían que se callara, pero él clamaba mucho más. Magnífico ejemplo para el cristiano de todos los tiempos, quien no debe callar, aunque la multitud se lo pida; por el contrario, ha de insistir hasta recibir lo que anhela (Gn 32:26-28; Lc 11:8-10).

La expresión Hijo de David, ten misericordia de mí, reconocía dos cosas: a) El Mesías debía ser descendiente de David, por tanto, infiere que aceptaba a Jesús como el Mesías. b) Tuvo fe en su divinidad (como Hijo de Dios) y autoridad para sanarlo.