Para concluir este diálogo con sus oponentes el Señor Jesús termina citando un pasaje del Salmo 118:22, para corroborar que la conducta de los labradores de la parábola correspondía justamente a los líderes religiosos del pueblo. Ellos eran los edificadores de la nación de Israel y debían hacerlo a través de la enseñanza de la ley la cual conducía a Cristo, quien es la piedra angular en el edificio espiritual que Dios está construyendo para su gloria. Esta obra maravillosa que Dios está edificando a través de la muerte y resurrección de su Hijo será objeto de admiración por los siglos de los siglos (Efesios 2:7).
Las palabras finales del versículo 18 muestran el juicio severo ejercido en contra de la nación Israelita y de todo aquel que no reconozca que el Hijo es la piedra angular del reino. Por un lado, la piedra se presenta como yaciendo sobre el suelo y se vuelve piedra de tropiezo para todos aquellos que no vieron en él sino sólo a un hombre más sin reconocer su deidad y por consiguiente, fueron quebrantados. Por el otro lado, la piedra angular se presenta como cayendo del cielo y desmenuzando a los incrédulos.