Los dos cimientos, Lc 6:46-49 (Mt 7:24-27)  

Lc 6:46-49 “¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo? 47 Todo aquel que viene a mí, y oye mis palabras y las hace, os indicaré a quién es semejante. 48 Semejante es al hombre que al edificar una casa, cavó y ahondó y puso el fundamento sobre la roca; y cuando vino una inundación, el río dio con ímpetu contra aquella casa, pero no la pudo mover, porque estaba fundada sobre la roca. 49 Mas el que oyó y no hizo, semejante es al hombre que edificó su casa sobre tierra, sin fundamento; contra la cual el río dio con ímpetu, y luego cayó, y fue grande la ruina de aquella casa. " 

He aquí el gran desafío para todo seguidor de Jesucristo, pasar de las palabras a los hechos. El hombre se le puede descubrir el corazón por sus palabras, pero sus hechos demostrarán si estas palabras corresponden a una verdadera fe. ¡Qué pregunta tan directa y desafiante! ¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo? Y sí, por supuesto, recuerda la amonestación del profeta, Isaías 29:13: “Dice, pues, el Señor: Porque este pueblo se acerca a mí con su boca, y con sus labios me honra, pero su corazón está lejos de mí, y su temor de mí no es más que un mandamiento de hombres que les ha sido enseñado;…”.

Así pues, en el corazón del hombre como en sus acciones se pueden encontrar las cosas más sublimes así como las más oscuras. En Mateo 7:26 se presenta al hombre que no hizo como debiera, como un insensato. El obedecer a Cristo a cabalidad implica no sólo oír su palabra sino hacerla, el practicar la palabra de Dios es la muestra de un corazón obediente y sumiso a la voluntad de Dios. En Santiago 1:22 se puede leer: “Mas sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos á vosotros mismos”. Siempre será un desafío para todo discípulo de Cristo practicar la obediencia.

De esta forma, la solidez de una vida en Cristo se demostrará al tener cimientos espirituales sólidos; disfrutar de una vida consagrada a Dios y una fuerte determinación de seguir creciendo hasta que Cristo venga o se lleve a la persona con él.