Jesús en el hogar de Simón el fariseo, Lc 7:36-50  

Lc 7:43-46 “Respondiendo Simón, dijo: Pienso que aquel a quien perdonó más. Y él le dijo: Rectamente has juzgado 44 Y vuelto a la mujer, dijo a Simón: ¿Ves esta mujer? Entré en tu casa, y no me diste agua para mis pies; mas ésta ha regado mis pies con lágrimas, y los ha enjugado con sus cabellos. 45 No me diste beso; mas ésta, desde que entré, no ha cesado de besar mis pies. 46 No ungiste mi cabeza con aceite; mas ésta ha ungido con perfume mis pies”. 

Casi podemos ver la expresión de autosuficiencia de Simón al tener la respuesta de inmediato. Mirando con una risa burlona a sus compañeros de mesa expresaba “qué pregunta tan tonta”. Los fariseos estaban acostumbrados a debatir haciéndose muchas preguntas, ésta en particular, era de las más simples que Simón habría escuchado jamás. La respuesta se ve precedida por una introducción vanidosa o quizá hasta burlesca: “pienso”, ya que esta cuestión prácticamente no necesita de meditación alguna. “A aquel que perdonó más”.

Todo cambió para Simón en un momento. Todos tragaron saliva y enrojecieron frente a la andanada de razonamientos que fluyeron de la boca del Señor, no para defenderse, sino para ayudar a la mujer. Todo en la actitud de Simón para con su invitado mostraba su rechazó hacia él. En otras palabras, Jesús le dice: yo no soy bienvenido a tu casa, pero en la de ella sí, en su corazón sí. Ahora el silencio fue poderoso. Nadie se atrevía a hablar. Habían maltratado al Señor, y se quejaban de los que lo trataban bien. No bailaban, ni endechaban.