La pobre mujer no pudo esconderse entre la multitud, pues su toque fue diferente al de mil toques. Hecha un manojo de nervios, se postró, no para adorar como Jairo, pero tal vez llorando con una mezcla de susto y de gozo, al sentir ya su sanidad; y postrada le contó al sanador divino toda la agonía de doce años, delante de todo el pueblo, explicó todo, desde su pensamiento inicial y la ejecución de su plan, hasta la sanidad de su “azote”. “Hija”, el Jesús amoroso y tierno le declara en medio de la expectante multitud: tu fe te ha salvado; ve en paz.