Si este hombre recibió la invitación es porque Cristo tenía convicción de que podía servir al Reino, pero el hombre tuvo temor y puso una buena, muy buena excusa. En aquellos tiempos un hijo primogénito debía velar por el padre hasta que éste muriera, se veía como un verdadero deber piadoso darle cuidado a los padres hasta que ellos fueran sepultados, de otro modo, ¿cómo habrían de vivir en su vejez?
Pero Jesús percibe la falta de convicción de esta persona y le indica con una figura magistral su error: deja que los muertos espirituales, los insensibles al Reino, que entierren a sus muertos físicos”, pues debido a la urgencia del llamado no existía la posibilidad de esperar. Era ahora o nunca, ya que los días del Señor estaban contadísimos. Este hombre que rechazó la más sublime de las invitaciones representa a los que le tienen miedo al futuro en la obra del Señor, se dicen a sí mismos: ¿De qué va a comer mi familia?, ¿Cómo lo haré ?, ¡No podré!, mejor me quedo en casa; y un sin fin de excusas. Es una verdadera lástima poseer las cualidades que se necesitan para ser útil en el reino y no arriesgarse a desafiar el mañana.