Asombró al Señor la incredulidad de la gente, pero continuó con el trabajo; Jesús no entró en un estado depresivo al ser repudiado por sus coterráneos, ni se entregó a actividades que le congraciaran con su auditorio. Él no es esclavo de la buena opinión de los demás, conoce su identidad y entiende su misión. El rechazo no debe desalentar al creyente; más bien, éste –como su Maestro- debe enfocarse en la realización de la obra de Dios. No hay tiempo para la auto-conmiseración. La campaña de evangelización debía seguir.
El mensaje del reino de Dios necesitaba ser proclamado en las aldeas circunvecinas, una tarea desafiante. Jesús escogió colaboradores, los empapó de su enseñanza y los envió como representantes y testigos autorizados. El Señor les dio instrucciones claras en cuanto al mensaje, y a su ética como enviados; también los equipó capacitándolos para sanar enfermos y expulsar demonios. Nótese cómo Jesús no espera que la concurrencia acuda a él, más bien envía a los mensajeros a buscar a su auditorio.
Todo ministerio legítimo es una continuación del ministerio de Cristo, y tiene como objetivo lograr el propósito central de la misión del Señor Jesús: establecer el reino de Dios en la tierra. El creyente debe entender su participación en el Cuerpo de Cristo, y permitir al Señor continuar ministrando a la humanidad necesitada a través de su persona.
La magnitud de la obra es grande, el campo extenso. La proclamación de la Palabra de Dios es inaplazable. Las multitudes necesitan recibir ya mismo –en donde se encuentren- el mensaje de Cristo, a través de testigos autorizados por él mismo.
Reviste capital importancia ser siempre conscientes de la naturaleza y objetivo del mensaje. Para muchos la predicación se ha convertido en un medio de enriquecimiento. El contenido del mensaje es la Palabra de Dios. El objetivo de la proclama no es la prosperidad personal, sino el establecimiento del reino de Dios en Cristo.
El pueblo del Señor es llamado a predicar la palabra revelada de Dios, potenciado por el Espíritu Santo, hace valeroso al creyente, y también le puede equipar para realizar señales y prodigios en el nombre de Cristo. La iglesia puede orar que el Señor avale el mensaje proclamado realizando obras de poder, como sanidades, milagros, y liberaciones.
Nota doctrinal: Los cesacionistas postulan la obsolescencia de los dones de poder, del Espíritu Santo. Jesús equipó a sus enviados con estas capacidades como parte de las herramientas necesarias en el desempeño de su misión. El poder de Dios sigue intacto desde la eternidad hasta la eternidad. No existe una racional bíblica para apoyar la idea de la supresión de tales manifestaciones divinas en el ejercicio del ministerio. Por otro lado, existe aún la necesidad de señales y milagros acompañando la proclamación del evangelio.