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En esta segunda Epístola, el apóstol Pedro comienza describiéndose a sí mismo como “δοῦλος”=doulos, esclavo, siervo. (La esclavitud, como institución jurídica de la antigüedad, era un estado en el cual una persona era propiedad de otra). El estatus social y el papel de los esclavos era considerado inferior, sin valor, o inexistente en relación con las personas libres. Pedro, ejemplarmente, estaba ocupando una palabra del nivel más bajo para definirse a sí mismo. Pero no solamente esto, sino que también se menciona como mensajero, les habla en forma de ruego, no como siendo el líder de todos ellos, aunque lo era, sino desde una perspectiva pastoral. Esta carta es dirigida a la iglesia que había recibido la justificación divina, el cuerpo de Cristo, que predicaba el mensaje de salvación con intensidad.
Pedro para este tiempo ya era un hombre maduro en su fe, por lo cual la manera de empezar esta carta no eran simplemente palabras al aire, sino que era algo de lo cual podía sentirse satisfecho, ya que eran dos palabras que lo definían a la perfección. Tanto siervo, como mensajero, son adjetivos que todo cristiano debería portar con orgullo.
La labor del apóstol Pedro constituye eminentemente, un acercamiento a personas que por creer en el nombre y el Evangelio del Señor Jesucristo, estaban siendo perseguidos, muchas veces puestos en esclavitud, y aún dispuestos a ofrendar su vida por la causa de Cristo, por lo que al hacer su presentación en la carta se refiere como igual a ellos, en carácter y misión.
Si bien es cierto que el liderazgo en ocasiones puede llegar a ser un lugar de privilegio, jamás debe emplearse para el servicio propio. El liderazgo Dios lo puso para servir al pueblo y no para ser servido por el pueblo. La forma humilde en la que el líder se debe dirigir a sus ovejas, debe ser un principio fundamental en la iglesia cristiana actual.