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Desde su encuentro con Jesucristo y su llamamiento al ministerio, el apóstol Pablo acogió el estandarte de la fe, para enfrentar con valor todo tipo de retos. Muchos creyentes podrían dar fe del intachable testimonio del Apóstol desde su conversión. Estaba muy consciente que el proceder de su ministerio sería normativo a otros. Quizá no imaginaba el alcance, sin embargo, sabía que lo que se enseña afectaría la formación de los aprendices: “Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina; persiste en ello, pues haciendo esto, te salvarás a ti mismo y a los que te oyeren”. (1 Ti 4:16). La forma en la que ejercía su fe sería como un sello que marcaría a los que le conocieran. Bajo esta pauta, Timoteo debería capacitar a otros para la extensión del evangelio y la edificación de la iglesia. Este versículo declara el propósito de la Epístola. El legado del evangelio es una antorcha que hay que pasar de mano en mano y de generación en generación.
: En este pasaje encontramos que la competencia de un líder consiste primariamente en ser fiel al llamado. A su vez, es destacable que la característica esencial que debe tener un siervo es la capacidad de enseñar. Es decir, ser capaz de explicar de forma sencilla las verdades del evangelio de tal manera que el oyente comprenda ese mensaje. En la experiencia paulina, la enseñanza es como un eco que resuena. El evangelio se propaga y queda adherido plenamente en cada generación.