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para desvanecer herejías que hacían dudar sobre la divinidad de Jesús, como el Cristo, el Apóstol manifestó con esta declaración que Jesús mismo es Dios. Una falsa enseñanza que se relacionaba con esto y que circuló en la iglesia primitiva, se llamó Docetismo, la cual proclamaba que Jesús no tuvo un cuerpo humano, que simplemente aparentó tener uno. Otra falsa enseñanza fue llamada Cerintianismo, que decía que el “Jesucristo hombre” era distinto del “Cristo espiritual”. Estas ideologías venían a ser usadas por los opositores al evangelio, por lo que el Apóstol describe aquí a Cristo como en otras Epístolas, con toda Su divinidad, de la misma esencia, con el Padre y el Espíritu Santo, manifestando que el Hijo es consubstancial con el Padre y con el Espíritu, y no tan sólo similar, enfatizando que la plenitud de la deidad reside en Cristo corporalmente. Por lo tanto, nuestra fe descansa no en algún espíritu creado como los ángeles, sino en Jesucristo mismo, “que es la cabeza de todo principado y potestad”, superior a todo ser creado. Las falsas enseñanzas entre los colosenses dirigían la atención a seres espirituales de menor rango, por lo que Pablo declara explícitamente que el Señorío de Jesús está muy por encima de todo lo que exista.