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El v.16 presenta una relación pastoral exhortativa: “amados hermanos míos”. Al parecer los hermanos que estaban en la diáspora, por voluntad propia, habían decidido tergiversar el camino, yendo por uno que contradice las enseñanzas del Maestro. Por eso ocupa el apóstol la frase: “no erréis” (griego: planáo) que significa: extraviar o hacer deambular.
Los falsos maestros enseñaban que Dios es el origen de todas las cosas, incluyendo lo malo. Santiago contradice a estos engañadores: “Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto”. Esta frase, en el griego, forma un perfecto verso hexámetro. Probablemente el apóstol tenía un oído rítmico o estaba citando una obra que desconocemos. La “dádiva” es la acción de Dios y el “don” es lo que recibimos. Lo que enfatiza es que todo lo que Dios nos da es bueno, y todo lo que nos puede suceder en la vida proviene de Dios. Además, habla de la inmutabilidad “del Padre de las luces”. “Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en Él” (1 Jn 1:5). Las palabras “mudanza” (griego: parallage) y “sombra de variación” (griego: trope) tienen que ver con la variación que experimentan los cuerpos celestes. Variedad y cambio son características de las cosas creadas, Dios no cambia y todo lo que proviene de Él es bueno.
Santiago concluye su argumento de una forma magistral, afirma de manera tajante que el Padre “de su voluntad”, es decir, por iniciativa o decisión propia, nos engendró a la vida espiritual (Ef 1:5).
Esta regeneración es lo inverso a lo descrito en el v. 15. Esta es la prueba de que todo don excelente desciende de Dios, mientras que la tentación y el pecado, se producen en el hombre. “La palabra de verdad”, es el evangelio, la semilla por la cual el Padre regenera las almas (1 P 1:23,25). Cuando renacemos por el evangelio, nos volvemos propiedad de Dios, así como los primeros frutos que se ofrecían en el Antiguo Testamento (Lv 23:9-14).
Podemos estar seguros en Dios, pues en Él no hay variaciones. Pablo dice que “la voluntad de Dios es buena, agradable y perfecta” (Ro 12:2). Por el “puro afecto de su voluntad” (Ef 1:5) nos ha hecho nacer de nuevo y ahora le pertenecemos, somos sellados para el día de nuestra redención final (Ef 1:13,14). Debemos recordar que las pruebas o sufrimientos, sirven para purificar nuestra fe. El salmista dice: “Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tu estarás conmigo; tu vara y tu callado me infundirán aliento” (Sal 23:4). Pablo afirma: “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados” (Ro 8:28). Hay que enfrentar las pruebas confiando en Dios, el “Padre de las luces”, sabiendo que todo lo que pase puede ayudar a perfeccionarnos.