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La teología paulina deja en claro dos actitudes sobresalientes en el cristianismo que caracterizan los valores intrínsecos del ser humano, “la piedad acompañada de contentamiento”. La piedad es producto de la devoción al Señor, ésta se refleja en el testimonio visto por todos. De igual manera el contentamiento no se refiere a la pobreza o a la mediocridad, sino que está enfocado a la satisfacción y felicidad de vivir con lo que se tiene. No que sea pecado desear progresar, sino que no es el fin acumular bienes o dinero.
La única certeza que debe tener todo ser humano es que algún día morirá. Las personas acumulan bienes y riqueza que en algún momento dejarán a otros porque no podrán ellos disfrutarlos pues su tiempo en este mundo se ha acabado. Pablo le recuerda a Timoteo que “nada hemos traído a este mundo, y sin duda nada podremos sacar”. Eso implica que el ser humano no debe preocuparse tanto por los bienes terrenales, que su mirada debe estar fija en lo eterno; porque lo demás es parte de un “equipaje” que únicamente se utilizará durante un tiempo y luego se quedará en este mundo.
La humanidad ha formulado una enorme lista de necesidades para vivir, sin embargo, para el Apóstol simplemente son dos cosas esenciales “sustento y abrigo”. En realidad se trata de alimentarse para estar bien nutrido y cuando se habla de abrigo, se refiere directamente a la ropa que cubre al ser humano. No está hablando de vestidos de diseñador o de alguna tela que exceda el presupuesto. El Señor Jesús habló sobre el afán y la ansiedad englobando todo lo anterior: “Mirad tambié por vosotros mismos, que vuestros corazones no se carguen de de glotonería y embriaguez y de los afanes de esta vida, y venga de repente sobre vosotros aquel día”(Lc 21:34)
El ser humano se ha convertido en una persona materialista, pensando que acumulando riqueza logrará encontrar la felicidad. Tener una economía saludable no es pecado, sin embargo, las bendiciones del Señor son para disfrutarlas no para acumularlas. No existe persona más pobre que aquella que se encuentra alejada de Dios, y no existe gente más rica que la que ha encontrado al Señor Jesucristo, porque “el que tiene al Hijo, tiene la vida” (1 Jn 5:12).