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Cada predicador del evangelio enfrenta la tentación de agradar a otras personas, es decir de buscar aceptación, aprobación y reconocimiento de parte de los demás, ya sea predicando solamente lo que no ofenda a nadie, en ocasiones tolerando el pecado y la tibieza de la congregación (Ap 2:20;3:15,16), usando “palabras lisonjeras” para lograr aumento en la asistencia, “ni encubrimos avaricia” para obtener ofrendas financieras. Por eso es esencial que el predicador busque la aprobación de Dios y no “gloria de los hombres, ni de vosotros, ni de otros”. Pareciera aquí que Pablo fue duro con los amables tesalonicenses.
“aunque podíamos seros carga como apóstoles de Cristo”. Pablo indirectamente está enseñando a la iglesia de Tesalónica y a las iglesias del mundo, que, “el obrero es digno de su salario”. Pero, como se sabe, a los niños y jóvenes judíos se les enseñaba un oficio, además de cualquier otra actividad a la que se pudieran dedicar. En este caso, el oficio de Pablo era el de “hacer tiendas”, muy útil en aquellos días y muchas veces tuvo que practicarlo, cuando no hubo más sostenimiento. Fue notoria y productiva su relación con Aquila y Priscila en Corinto, pues “el oficio de ellos era hacer tiendas” ( Hch 18:3; 2 Ts 3:8).
Pronto los tesalonicenses, junto a los filipenses, mostraron su entendimiento de esta práctica bíblica y fueron generosos con Pablo y aun con otras iglesias (2 Co 8:1-5). Los capítulos 8 y 9 de 2 Corintios, resumen los muchos privilegios que el creyente tiene cuando es generoso con los siervos de Dios que les ministran. Muchos pastores viven la experiencia de Pablo: 7Antes fuimos tiernos entre vosotros, como la nodriza que cuida con ternura a sus propios hijos.