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Pablo llama la atención de los hermanos en Tesalónica diciendo: “más vosotros, hermanos”. Hay una marcada diferencia entre los “hijos de luz” y los “hijos de las tinieblas”. Los que permanecen en la luz de Cristo (Jn 8:12; Sal 27:1; 119:130) están esperando el retorno de su Señor. Jesucristo vendrá a tomar lo que es suyo, cuando menos se espera. Por eso la exhortación: “no os sorprenda”. Saberse “hijo de Dios” debe traer al creyente confianza, como dice el Salmo 91:1: “El que habita al abrigo del Altísimo morará bajo la sombra del Omnipotente”. El Apóstol apela a la conciencia del creyente, el hijo de luz es entendido, es una persona que tiene grandes conocimientos de una materia específica, y experto en ella. Pablo insta a ubicarse como “hijo de luz y del día”.
Lo que suceda en los últimos días, tanto para la iglesia como para el mundo, no debe alterar la vida del creyente. Por el contrario, el “hijo de Dios” debe fomentar una dependencia total del Espíritu Santo, y permanecer firme ante cualquier asechanza del enemigo (1 Jn 2:15-17; Jn 15:19,20; 1 P 5:8). Quien conoce a Dios comprende que es insuficiente para enfrentar los desafíos de la vida, indiscutiblemente necesita su ayuda (Gn 39:1,2; Dn 6; Gn 5:24). Por ello, debe permanecer en donde Dios le ha colocado “en la luz”. El creyente fue sacado de las “tinieblas” para que ahora sea luz y de testimonio de la luz (Mt 5:14; 1 P 2:9,10).