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Pablo ve la necesidad que tienen los tesalonicenses de ser fortalecidos y alentados. Su desconocimiento de los eventos futuros los conduce a la tristeza. “por tanto”, los hermanos en Tesalónica no deben de lamentarse por los muertos en Cristo. Pablo tenía cuidado de sus discípulos y les enseña sobre la resurrección que vendrá para aquellos que mueren en Jesús, para que se aliente su corazón y sigan caminando firmes hasta el final de la carrera. El Apóstol lucha por ubicarlos en su nueva posición, y anima al grupo a trabajar en equipo, los conduce a que se ayuden mutuamente, y que se alienten entre ellos.
En efecto, donde está el Señor no hay más pecado, ni muerte, ni padecimiento, sino plenitud de vida, de paz, de amor, de gozo y de la gloria de Dios. La presencia del Salvador es plena y la comunión perfecta con Dios es el cielo. Esta esperanza desprende el corazón de la tierra y de las cosas visibles, para elevarlo, con toda la potencia hacia Aquél que vendrá de los cielos (Fil 3:20,21).
Como seres sociales tenemos algunas necesidades, Pablo considera dos, la primera, basada en el instinto gregario, que es la necesidad de asociarnos, de relacionarnos. Como creyentes debemos buscar a otros creyentes y formar “una familia”. Esta es una ventaja la cual hay que aprovechar, para fortalecer la fe de los hermanos que comienzan su caminar en Cristo, o enfrentan alguna adversidad. Toda “la familia” debe contribuir para que se conviertan en creyentes fuertes o resuelvan sus necesidades. Y pronto se repita el ciclo en la vida de otros en las mismas condiciones.
La segunda: necesidad de compartir a otros nuestra fe, nuestra nueva vida en Cristo. Pablo recomienda utilizar la Palabra de Dios para dar aliento. Los hermanos en Tesalónica debían instruir a los nuevos convertidos sobre la gran esperanza que poseemos en Cristo y allí afianzarse. Y desde allí compartir esa seguridad a otros en la comunidad, cuando acepten el evangelio: ser arrebatados para ir a morar a la patria celestial y allí permanecer para siempre con el Señor. Es la esperanza sublime del cristianismo.