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El apóstol Pablo dice a sus lectores que todo lo antes dicho o expuesto ha sido importante, pero ahora tiene una petición que hacerles: “por lo demás, hermanos, os rogamos”. Esta es una solicitud con apego: “y exhortamos en el Señor Jesús”. Solo quien tiene autoridad puede exhortar a la iglesia y Pablo contaba con autoridad moral y espiritual. Esa autoridad le fue dada por el Señor Jesucristo, al llamarlo al apostolado, y como tal, era un hombre con un estándar elevado de honestidad, responsabilidad y compromiso. El ejemplo es el método más acertado para hacer discípulos y Pablo lo sabía: “que de la manera que aprendiste de nosotros”.
La vida de los educandos es marcada por el testimonio de sus maestros o líderes. Si acaso los hermanos en Tesalónica no sabían cómo debían conducirse en la vida, Pablo les dice que él es su ejemplo a seguir, como también dijo a los corintios (1 Co 11:1). El buen comportamiento, que vivió como Saulo, fue para agradar a Dios a su manera y más para agradar a los hombres, pero el Señor renovó su mente (Gálatas 1:10,11). El deseo del ser humano puede ser bueno, pero si no se rige conforme a los lineamientos de Dios, de poco vale. Esto lo experimentó David al trasladar el “arca del pacto” y, al no hacerlo como Dios había ordenado, le costó la vida a Uza (2 Samuel 6:7). Si el creyente quiere que le vaya bien, debe vivir conforme a la voluntad de Dios. El Apóstol motiva a los Tesalonicenses a no conformarse con lo que ya son o hacen, sino que “así abundéis más y más”. La mediocridad no es respaldada por las Escrituras, Dios demanda más de sus seguidores (Jn 14:12).
La conducta del creyente es normada por la Palabra de Dios. La antigua manera de comportarse debe cambiar, pues ahora es hijo de Dios. En Efesios, el apóstol contrasta la manera de vivir de un “gentil con un creyente en Jesús” (4:17-32). El primer paso para este cambio es la “fe en Cristo”. Después, debe aprender a agradar a Dios.