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Jesús presentaba una definida doctrina con un mensaje enfático bosquejado, hasta aquí, en 4 premisas:
Jesús enseñaba su doctrina “novedosa” con la autoridad que venía del cielo – conocedor de “que estaba en los negocios de su Padre”- y con la seguridad que da el conocimiento nutrido con la estricta formación de la sinagoga, en su niñez y en su juventud.
Ya a los doce años -cuando posiblemente realizó su bar mitzvá en Jerusalén- les dio una muestra a los doctores de la ley “de su inteligencia y de sus respuestas” (Lc 2:47). (La bar mitzvá o mitzvah, es una ceremonia en que los niños judíos participan al llegar a los 12 años de edad. Se colocan frente a la congregación acompañados de sus padres y hermanos mayores, pronuncian una vibrante oración de compromiso y repiten porciones del Talmud. A partir de allí se les considera adultos, responsables de cumplir con la Ley).
Los escribas tal vez habían cursado las mismas materias en sus sinagogas, pero su mensaje se había tornado tedioso, repetitivo. A diferencia de Jesús sólo citaban a las autoridades humanas, siendo sus discursos un poco menos que letra muerta, porque la doctrina debe acompañarse con el ejemplo. En esa sección tan fuerte que registra Mateo en el capítulo 23, titulada “Jesús acusa a escribas y fariseos”, el Maestro conmina a estos hombres a practicar lo que enseñaban y no “solamente a decir y no hacer” (v. 3). Además, Jesucristo recalca con tristeza que: lo que hacen es para ser vistos por los hombres” (v. 5).
Es muy posible que los predicadores actuales caigamos con el tiempo en situaciones parecidas, repitiendo una y otra vez , ciertamente verdades bíblicas, pero sin la praxis requerida; convirtiéndonos en escribas modernos, que decimos, pero no vivimos. ¡Dios nos sacuda cada día, con su Espíritu Santo!