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Predicación de Juan el Bautista, Mr 1:1-8.
(Mt 3:1-12; Lc 3:1-9, 15-17; Jn 1:19-28)

Mr 1:3 “Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor; enderezad sus sendas”.


Esta cita se trata de una profecía de Isaías -dada en el capítulo 40:3-, a quien se le llama distintivamente el escritor del quinto evangelio, que se cumple maravillosamente en Juan. Éste, como se sabe, desarrolló su ministerio en el desierto de Judea -la región árida, muy cerca de donde el río Jordán desemboca en el Mar Muerto- “vestido de pelo de camello, con un cinto de cuero alrededor de sus lomos y alimentándose de langostas y miel silvestre” (las langostas eran permitidas, Lev 11:22; y la miel era recomendada, Dt 32:13). Cuando Dios envió a su Hijo, el estoico Juan preparó el camino para Él.

Para Meditar

Las grandes religiones: judaísmo, cristianismo, islamismo, han comenzado en el desierto. Ahí fue donde los hombres tenían más tiempo para mirar hacia adentro, a su propia mente y corazón. Ni siquiera había distracciones de árboles, lagos o bosques. ¿Pudiera ser un mensaje para quienes vivimos en estos tiempos, en los cuales las distracciones abundan, invitándonos a buscar lugares “desiertos”, en donde no veamos nada, sino solamente a Él?


El Señor Jesús honra a Juan llamándolo el más grande de los profetas, quien ciertamente no portaba vestiduras delicadas (sólo una piel áspera de camello y no una túnica de algodón; y muy lejos de disfrutar los manjares de su tiempo), pero declarando que: Entre los nacidos de mujer no se había levantado otro mayor (Mt 11:7-15). Juan por su parte reveló su profunda humildad cuando describía en su predicación al Mesías, de quien “no se consideraba digno” de desatar encorvado la correa de su calzado”, aun antes de verlo.

Para Meditar

En aquellos días la gente caminaba a pie, usando sandalias que dejaban penetrar el polvo del camino. Nuestro amado Jesús caminó así con sus discípulos por los polvorientos senderos de Israel. En contadas ocasiones le desabrocharon su calzado y le lavaron los pies los sirvientes de los acomodados anfitriones que lo invitaron. Esto nos hace recordar la descripción heroica que Pablo hace de nuestro redentor: “siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo… por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo y le dio un nombre que es sobre todo nombre…” (Fil 2:6, 7).



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