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Sanó a muchos… y echó fuera muchos demonios. No sanó ni liberó a todos. Por diversas razones no todos sanan y no todos reciben beneficios. Puede ser el impedimento mismo de la gente, con su actitud y falta de una fe plena; o quizá la preparación de quien ora o tal vez la decisión soberana del Señor. (En tiempos recientes, un famoso evangelista a quien Dios respaldaba con muchas señales y maravillas, sanando a muchos, salía cada noche de los auditorios y veía a la gente con sus tanques de oxígeno o en sus sillas de ruedas, sin haber sanado; y con dolor le preguntaba al Señor: ¿Por qué no sanaron estos también, Señor?
Sobre la Expiación (Se repetirá esta explicación en otras partes de la Biblia ). La expiación realizada por Cristo es uno de los grandes principios revelados en las Sagradas Escrituras. Véanse algunos ejemplos: ï Isaías 53:4, 5 declara que: “Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y … herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados… y por su llaga fuimos nosotros curados”. ï Mateo interpreta la visión de Isaías así: “Él mismo tomó nuestras enfermedades, y llevó nuestras dolencias” (Mt 8:17). ï Pedro recalca lo que ya hizo Jesús: “…quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero… y por cuya herida fuisteis sanados” (1 P 2:24). Hay una doble bendición en la expiación: perdón y sanidad (Ex 15:26; Sal 103:2, 3). Ser perdonados por la sangre de Cristo, derramada en la cruz, que cubre todo pecado de los que creen, y ser sanados por su llaga y sus heridas. No dejaba hablar a los demonios (Lucas Mateo agrega: “porque sabían que él era el Cristo” (Lc 4:41). Jesús cuidó siempre que los contrarios, hombres o demonios, no le alabaran. (“Gloria de los hombres no recibo”, les dijo a los críticos judíos, que aun procuraban matarle porque sanaba en sábado (Jn 5:16 y 5:41) mucho menos quería recibirla del enemigo directamente).
No dejaba hablar a los demonios (Lucas Mateo agrega: “porque sabían que él era el Cristo” (Lc 4:41). Jesús cuidó siempre que los contrarios, hombres o demonios, no le alabaran. (“Gloria de los hombres no recibo”, les dijo a los críticos judíos, que aun procuraban matarle porque sanaba en sábado (Jn 5:16 y 5:41) mucho menos quería recibirla del enemigo directamente).
Más adelante, según se narra en este mismo Evangelio, (Mr 3:20-30), Jesús es atacado por los escribas que habían venido desde Jerusalén sólo con el propósito de denunciar que sus obras las hacía por el poder de Beelzebú (otro nombre para Satanás, Mateo 12:24).
Jesús los conmina, usando parábolas, a tener mucho cuidado con sus dichos. Evitar decir que Él, el Hijo de Dios (segunda persona de la Trinidad), realizaba los milagros por el poder del príncipe de las tinieblas, Beelzebú, y no por el poder de Dios.
Y no solamente eso, sino que les advirtió que todos sus pecados podrían ser perdonados, menos la blasfemia contra el Espíritu Santo, en la que estaban incurriendo. Jesús deja muy en claro su relación con el Padre y con el Santo Espíritu (tercera persona de la Trinidad).