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Antioquía de Siria se convirtió en la sede de operaciones de la iglesia gentil, era una ciudad próspera, que otorgaba recursos a los creyentes. Estos los usaron muy bien apoyando a las iglesias de otras ciudades más marginadas dentro del imperio romano.
La reacción del apóstol Pablo hacia el apóstol Pedro es de ponerle mucha atención, en este caso observó una conducta equivocada del apóstol Pedro. Es verdad que el apóstol Pedro era un líder de la iglesia (y que más adelante escribiría dos cartas con un gran tesoro para los creyentes), pero eso no era suficiente para permitirle mostrar una imagen no propia de un siervo de Dios. También se resalta que el apóstol Pablo no actuó de una forma inmadura, porque lo enfrentó en el momento y hasta allí llegó el asunto. No se observa al apóstol Pablo exhibiendo a Pedro en todas sus cartas, ni hablando de Pedro como un mal ejemplo, sino que lo enfrentó en el momento, como debe ser, y cumplió la misión de exhortarlo y enseñarle lo correcto. Pedro, como hombre de Dios reconoció su error. El Concilio de Jerusalén, rechazó las enseñanzas judaizantes que afectaban la salud y la paz de las iglesias gentiles. La tormenta judaizante ya estaba vencida, la actitud equivocada de Pedro era sólo cenizas humeantes de un gigante abatido. Pablo no permitiría que aquel fuego se avivara y menos procediendo de alguien que había dado su aval en Jerusalén y era un respetado apóstol. La intención de Pablo fue triple: salvaguardar la sana doctrina, recuperar a Pedro y a los que lo acompañaban y recuperar la senda de la libertad cristiana.
Hemos sido testigos de que el apóstol Pablo es un siervo con autoridad que saca a relucir su celo por caminar de manera íntegra delante del Señor. Sin duda a nadie le gustaría enfrentar a un líder religioso de renombre pero cuando las cosas se están haciendo mal, es de sabios corregir lo incorrecto para que el tal hermano pueda arrepentirse de su mal comportamiento y pedir el favor de Dios para su vida.