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Mateo 4:17 “Desde entonces comenzó Jesús a predicar, y a decir: Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado."


Predicar es proclamar, es hacerlo como lo antiguos profetas, a voz en cuello, ser heraldo de la verdad divina. De hecho, su mensaje fue el mismo que el de Juan, “Arrepiéntase porque el Reino de los Cielos se ha acercado" (Mt. 3:2). No se trata de un reino que vendrá, sino uno que ya está aquí, entre nosotros. Su mensaje fue para arrepentimiento, un llamado a un cambio profundo en las vidas de las personas.

Nota doctrinal

Hoy el mensaje es igual, todos aquellos que quieran ser ciudadanos de ese reino deberán iniciar con el arrepentimiento. La Palabra de Dios nos dice que al arrepentirnos y ser salvos, somos trasladados al reino de su Hijo amado y nos convertimos en ciudadanos del cielo. (ver nota Marcos 1)

Para Meditar

La vida cristiana inicia con ese evento, con la decisión de cambiar nuestra vida, de volvernos a Dios, reconociendo en ello la soberanía de Dios al escogernos, pero también con nuestra responsabilidad personal para hacer ese cambio. En la fraseología cristiana “aceptar a Cristo”, “recibir a Cristo como nuestro Señor y Salvador” “confesar a Cristo” en alusión a Ro. 10:9. Significa que para ser salvos han de cumplirse estos requisitos:

Confesar con nuestra boca que Jesús es el Señor, el líder, el Rey de nuestra vida. Tal confesión necesariamente tenía que ir acompañada de la fe, pues confesar a Jesús como Señor, por un lado, implicaba reconocer públicamente su Deidad, y por otro, afirmar que el César no lo era. Afirmaciones que, judíos y romanos, castigaban con la muerte. Por tanto, para hacer esta confesión de fe, era necesario el arrepentimiento, pues es necesario para el perdón de pecados. El significado literal de “arrepentimiento” es un cambio de mentalidad, y en la Escritura va acompañado por un sincero pesar por practicar una vida opuesta a la voluntad de Dios. Sin embargo, ese pesar o tristeza no es el arrepentimiento en sí, lo es nuestra determinación de cambiar nuestra forma de pensar, de manera que demos un giro completo de vuelta a Dios. Sin arrepentimiento no podemos alcanzar la salvación, es decir, este acto lleva implícita la fe. Por ello, el arrepentimiento que “es según Dios” está unido a la conversón, y en este caso no se trata de cambiar un estilo de vida por otro, sino de un cambio de naturaleza que antes nos hacía vivir conforme a las reglas del mundo, por otra centrada en Dios, lo cual nos convierte de esclavos de pecado a libres en Cristo.

Una y otra vez vemos a Dios llamando a Israel a volverse a Él, para que volvieran a los principios de vida que les había mandado, a fin de que recibieran las bendiciones que les había ofrecido en Deuteronomio 28 y el resto de la Escritura, y que se resumen en llevar una vida de obediencia a Él; por ello, la invitación al arrepentimiento es para que esos principios sean restaurados, a fin de prepararnos para ese “reino de los cielos” que se ha acercado. No se trata solo de llevar una muy moral, sino de una que esté basada en la voluntad de Dios. Por lo el arrepentimiento no es solo pensar diferente, sino en fundar toda nuestra vida en Jesús.

Creer con el corazón que Él resucitó de los muertos. En base a lo anterior, Esta confesión necesariamente ha de ir acompañada de fe en Jesús. Podemos ser obligados, por coerción o por emoción, a confesar con nuestra boca, pero no podemos ser obligados a creer. Cuando buscamos que las personas pasen al altar para hacer la confesión de fe, sin que haya “frutos de arrepentimiento” nos lleva a un sincretismo que resulta peligroso, porque se ha confesado a Cristo, pero no creen realmente, lo que lleva a formar cristianos nominales. Es decir, los que dicen ser cristianos, pero no están dispuestos a ser discípulos de Jesús.

Necesitamos reconocer el Señorío de Jesús, él es Señor, él es Rey; un Rey requiere un reino. Donde está Jesús, está su reino establecido. Arrepentirse es volverse a Dios. Por cuanto Él mora en nuestros corazones, nos hace parte de ese reino en el que Jesús en nuestro Rey.

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