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Ya desde la introducción de la epístola Pablo enfatiza que ha sido llamado al ministerio, como un apóstol de Jesucristo. ¡Qué seguridad del llamado! La convicción de su misión espiritual blindó su moral para los tiempos de crisis extrema. El sustantivo apostolos significa llanamente “uno que es enviado”. Así que, el vocablo usado por Pablo es una credencial que le autorizaba para un ejercicio poderoso.
El autor procura aclarar desde el inicio que se dirige a ellos en calidad de alguien que fue autorizado por el cielo y que no hay ninguna ilegitimidad en el ejercicio de su ministerio. Se dirige a ellos con la plena conciencia de que ha sido comisionado para edificar la vida de la iglesia. No es usurpador ni un voluntario, antes bien, es alguien autorizado para llevar a cabo la tarea espiritual.
cuando un ministro goza de tal seguridad de su llamamiento no existen vicisitudes que lo detengan para servir al Señor. Muchos fracasan presos de la duda o el desánimo. Inclusive, algunos ministran arrastrando ciertas inseguridades. Los años pasan y siguen –al estilo de Gedeón—buscando señales del llamamiento divino. Es necesario que en tiempos de batalla todo servidor del Señor pueda expresar categóricamente: ¡soy un siervo del Señor! Pablo nos da cátedra de ello.
Es importante destacar también que, aunque el apóstol sabe que en la iglesia efesia están presenten algunos creyentes que arrastran problemas morales, se dirige a ellos con dignidad espiritual, llamándoles: a los santos y fieles. ¡Qué ética! ¡Qué amor por la obra de Dios! Algunos tienen la habilidad de sacar lo peor de las personas; otros, lo mejor. Quien sirve a la causa cristiana deben desarrollar el temple espiritual y ético para tratar los asuntos más difíciles.
