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El hombre natural está habituado a mentir todo el tiempo. En la iglesia ese pecado es inaceptable, el creyente que sigue mintiendo algún día parará en el infierno. “…y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre…” (Ap 21:8) “Los labios mentirosos son abominación del Señor, pero los que obran fielmente son su deleite”. (Prov 12:22)