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Un cierto grado de enojo o indignación, es permitida en los creyentes, pero sin llegar al extremo del rencor grave y permanente, que como raíz de amargura, pueda carcomer su vida espiritual. Existe el recurso del perdón que dijo Cristo: “y cuando estéis orando, perdonad…” (Mrc 11: 25)
“No se ponga el sol sobre vuestro enojo”. Incomparable consejo. Especialmente aplicable en las relaciones de familia. Cuando los esposos no dejan que, literalmente, amanezca otro día sin haber limado asperezas, pedido perdón por alguna palabra que dañó o insultó, que afectó los sentimientos del cónyuge o de los hijos. Cuánta tristeza ha causado, saber que tal pareja lleva dos semanas enojados o que una madre y su hija tienen 15 días sin hablarse.
Esta buena actitud para que se acabe el enojo, debe aplicarse a las relaciones con creyentes o compañeros de trabajo. Nada honraría más nuestra nueva vida en Cristo.
“ni déis lugar al diablo”. ¡Cuántas ofensas se han resuelto en la cámara secreta de la oración cuando perdonamos al prójimo en la presencia de Dios! Podemos perdonar como una decisión unilateral en la que el ofensor, consiente o no, de habernos hecho daño, queda perdonado según el método de Dios propuesto en este versículo. Cuando perdonamos y pedimos perdón de manera pronta y expedita, el diablo pierde un punto de apoyo por el cual nos puede destruir.