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Con certeza, el apóstol expresa a los efesios que han sido hechos cercanos por la sangre de Cristo, es decir, participantes de los beneficios del pacto. En esta redacción magistral de Pablo desbarata todo prejuicio racial entre judíos y gentiles. Le da un golpe mortal al sentimiento de superioridad de los israelitas y una estocada final al complejo de inferioridad de los no judíos. En Cristo, dice el apóstol, no hay nada de que enorgullecerse. La obra expiatoria del Señor fue suficiente para acercar a todo ser humano, no solo con Dios, sino también con sus semejantes.
Porque él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación. El participio griego luosas, de acuerdo con los expertos en el idioma se traduce “desligar, disolver, dividir, quebrantar, demoler”. En este versículo se traduce “derribar”, refiriéndose a la eliminación de la pared de separación que existía entre gentiles y judíos.
El templo, se sabe, tenía una división entre el atrio de los judíos y el atrio de los gentiles. Separaba a ambos atrios una reja de tres codos en cuyas columnas había una inscripción por las que se prohibía cruzar por ella. Pablo la usa como una figura de separación entre gentiles y judíos. Fue únicamente por la obra expiatoria de Jesús que esas diferencias se esfumaron para dar paso a la unidad de la iglesia por la fe. Todas las diferencias raciales, culturales, económicas, físicas, y otras más, quedaron borradas con la obra de Jesús, pues abolió en su carne las enemistades… haciendo la paz y mediante la cruz, reconciliar con Dios ambos en un solo cuerpo, matando en ella las enemistades.
Cristo mediante su muerte instituyó el Nuevo Pacto y quitó las barreras que existían entre judíos y gentiles. En este pacto están incluidos todos los mortales sin distinción alguna. Nadie puede ni debe ostentar origen o categorías, mucho menos sentirse por encima de los demás porque insultaría la obra de Cristo. El creyente ha de asumir una actitud de humildad y reconocimiento de su lugar dentro de la iglesia de Jesús. Ni complejo de superioridad, ni de inferioridad; cada quien, debe estar ubicado espiritualmente (Ro 3:3).
Los judíos y los gentiles, sin discriminación alguna, tienen acceso a Dios por medio de Jesucristo porque por medio de él los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al padre. En el Salvador todos tienen acceso a las bendiciones y promesas divinas. El Espíritu Santo confiere a todo ser humano, cuando cree, una relación filial con el Padre. Es por medio de su Espíritu que todo creyente puede clamar: “¡Abba, Padre!”, Y es también Él, quien testifica al interior de los creyentes “que somos hijos de Dios” (Ro 8:15-17). El Santo Paracleto otorga a cada creyente la confianza y seguridad de su pertenencia a la familia de Dios.