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Antes de concluir su carta, el Apóstol Pablo anima a los efesios a “fortaleceos en el Señor, y en el poder de su fuerza”. Con esto, el creyente por sí solo no tiene la capacidad necesaria para resistir la lucha contra el diablo, por lo que es indispensable que busque la fuerza del Señor, pues Él es la fuente que da poder al cristiano. “No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos.” (Zacarías 4:6).
Pablo esta consciente que en su caminar cristiano los efesios enfrentarían dificultades levantadas por el enemigo, y tal vez muchas de éstas podrían apagar el deseo de seguir adelante sirviendo al Señor. Una unión fuerte con el Señor les ayudaría a continuar con su llamado y por ello deberían tener claros los recursos con los que contaban.
La resurrección de Jesucristo fue la prueba más grande que el poder de Dios estaba presente. Ya que trajo consigo seguridad y plenitud a la vida de toda persona que se había acercado a Él, logrando creyentes con plena certidumbre de su poder. El ejemplo de Pablo estaba siempre presente: recorrer grandes distancias predicando el evangelio a toda criatura, con su existencia en constante riesgo; pasando necesidades como nadie y tratando de “agradar a aquel que lo había tomado como soldado”, portador de un poderoso mensaje de salvación.
“Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo.” sabiendo por experiencia el Apóstol, que el enemigo está siempre al acecho del creyente. El Apóstol Pedro le llama: “vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando almas a quien devorar (1 Pedro 5:8), y que éste debe permanecer de pie, firme ante cualquier ataque, por lo que está a su disposición una armadura espiritual.
“Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes. La lucha a la que el creyente se enfrenta no es una de cuerpo a cuerpo, es una espiritual; se enfrenta a poderes, autoridades, dirigentes de las tinieblas en este mundo, contra un ejército de fuerzas malignas en las regiones celestes.
Considerando la dimensión de la lucha que enfrenta el cristiano, Pablo los exhorta a tomar la armadura que Dios le ha provisto para que puedan resistir en la batalla y aun cuando parezca que ya ha terminado todo, sigan manteniéndose firmes y alertas para cualquier otro ataque de su enemigo.
¿Cuántas veces nos hemos encontrado en una batalla y nos hemos apoyado en nuestras fuerzas? ¿Cuántas veces hemos querido obtener la victoria, pero sin considerar al Señor? Por sí solos nunca podremos vencer, pero con la ayuda y la fuerza que tenemos del Señor podemos obtener la victoria en cualquier situación que enfrentemos. Jesús dijo: “separados de mí nada podéis hacer.” (Jn 15:5). Todo esfuerzo que hagamos será inútil si no ponemos en primer lugar a nuestro Dios, ya que las principales luchas se dan en el terreno espiritual. El apóstol afirma: “Porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas.” (2 Co 10:4).