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Toda actitud pecaminosa en un creyente, entristece al Espíritu Santo que mora en él. El Espíritu Santo como un sello, marcará al creyente durante toda su vida aquí en la Tierra. Es esta marca, la que determinará su presencia o ausencia el día del arrebatamiento. Fue el poder del Espíritu Santo, el que resucitó a Cristo hasta situarlo a la diestra del Padre. “Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él. Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús, vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros”. (Ro 8: 9-11) El creyente que persiste en pecar, estará contristando al Espíritu Santo, poniendo en peligro su lugar en el rapto.