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Pablo finaliza este tema de la armadura de Dios haciendo mención, a un aspecto de la vida del creyente que es sumamente importante: la oración. Esta se convierte en un arma muy poderosa en la lucha espiritual que el cristiano enfrenta diariamente. Refiere que la oración debe ser “en todo tiempo”, no sólo cuando se está enfrentando alguna lucha, sino como un hábito diario.
La oración debe hacerse en el Espíritu, pues es Él quien ayuda al creyente a pedir como de verdad conviene, conforme a la voluntad de Dios (Ro 8:26) y no conforme a sus propios deseos. El creyente debe perseverar en la oración y ser constante en ella (Ro 12:12), no debe dejar de orar (1 Ts 5:17) por sí mismo, por todos los santos, “Y por mí “ , dice el Apóstol representando a todos los predicadores. “velando en ello con toda perseverancia”, trayendo a la memoria aquellas palabras del Señor Jesucristo “Velad y orad, para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil” (Mt 26:41). Pablo sabía bien que debían luchar día a día con su misma carne para lograr la victoria “sobre todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida ” (1 Jn 2:16).
¿Cuántas veces hemos salido a la batalla sin la armadura y hemos confiado en nuestras propias armas? La palabra de Dios nos exhorta como soldados de Cristo, a vestirnos de la armadura que nos ha provisto ceñidos con la verdad, vestidos con la justicia, calzados con el evangelio de la paz, el escudo de la fe, el yelmo de la salvación y la espada del Espíritu.