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El apóstol Pedro dirige esta porción de su epístola a un grupo selecto conocido por todos, y al mismo tiempo respetado. Les habla en forma de ruego, no como siendo el líder de todos ellos (aunque lo era), sino desde una perspectiva pastoral. La palabra utilizada para “anciano” se deriva del griego “presbutero” de donde surge el término actual, “presbítero”.
En la iglesia del primer siglo el líder eclesiástico que en la actualidad se conoce como “pastor” era conocido como “anciano”. Los ancianos habían sido respetados desde la antigüedad en el pueblo de Israel; Moisés había llamado a ancianos para que le ayudaran a juzgar. En la iglesia naciente, seguían siendo personas de respeto para el pueblo cristiano.
Sin embargo, aunque Pedro había sido testigo de los padecimientos de Jesús y era el líder de los apóstoles, no se sentía superior a los demás ancianos, antes bien, se define como uno más entre ellos, experimentando en carne propia el gran honor de servir al Señor, con la digna responsabilidad del cuidado de la iglesia. Como ellos, se encuentra en espera de la gloria que será revelada próximamente, recordando que, en su cercana relación con el Maestro, había sido testigo de esa gloria, junto con Jacobo y Juan, habiendo escuchado la impactante voz de Dios. Seguramente algo que compartió emocionado con el resto de los discípulos y sin duda, a través de su vida.
Si bien es cierto que el liderazgo en ocasiones puede llegar a ser un lugar de privilegio, jamás debe emplearse para el servicio propio. El liderazgo, Dios lo puso para servir al pueblo y no para ser servido por el pueblo. La forma humilde en la que los líderes, en todos los niveles, se deben dirigir a sus ovejas debe ser un principio fundamental en la iglesia cristiana actual.