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Los creyentes corintios vivían en un ambiente sumamente tóxico para la fe. Varios factores se conjugaban para neutralizar la fe en Cristo: la idolatría, la inmoralidad, la arrogancia intelectual, los conceptos filosóficos de moda y la presencia de falsos maestros, sobraban tentaciones. Pablo no lo disputa, pero los anima a no ceder. Parafraseando el versículo 12: “Quien este consciente totalmente que su corazón está bien con Dios y su mente permanece en la Verdad, tenga cuidado de no caer del estado de santidad en el cual Dios le ha puesto solo por su gracia”.
El Señor permite que su pueblo experimente ciertas situaciones difíciles para mostrarle que áreas de su vida deben ser fortalecidas, pero nunca lo abandona, ni lo empuja hacia la destrucción. Nunca permitirá que sus hijos sean tentados más allá de la fuerza que Él les da. Los corintios debían mostrarse más preocupados por obtener la corona, que en reclamar sus libertades.
Es posible estar firmes. Se requiere ser intencional- “corro, no como a la ventura; peleo, no así, como quien golpea el aire”. Luego, es importante trabajar en las áreas de riesgo: “pongo mi cuerpo bajo disciplina, y lo hago obedecer”. Después, “mirar”, es decir, permanecer vigilantes, y no confiar en ideas equivocadas, como los corintios, que confiaban en su bautismo, y en la participación de la Santa Cena.
Finalmente, comprender que el Señor se encuentra próximo al creyente en el proceso de la prueba (1 Corintios 9.24-27).
¿Se pierde la salvación? Las promesas de Dios son firmes y fieles. El poder de Dios es suficiente para guardar al creyente, y completar en él la buena obra; sin embargo, el texto nos recuerda el ejemplo de los hebreos que cayeron en el desierto sin entrar a la tierra prometida a pesar de haber recibido las promesas y de haber conocido el poder redentor de Dios. La epístola a los Hebreos es un tratado dirigido a creyentes que ya habían experimentado el poder de Dios en su vida (He 2:1-4), pero estaban a punto de perder la fe, y consecuentemente, de no entrar al reposo de Dios. El escritor de Hebreos seguramente razonaba como Pablo.