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Pablo remata el capítulo moderando respecto a la vida que se puede llevar en cualquier estado civil.
Los padres, especialmente en aquellos tiempos y en algunas culturas semitas, tenían poder de otorgar a sus hijas en matrimonio con quien ellos quisieran, ya fuere que estuvieran en edad de casarse o “que pasaran ya de edad” y evidentemente, también tenían el poder de no darlas en matrimonio. Ninguno pecaba, escribió el Apóstol, siempre con la idea de que estas últimas, se dedicaran plenamente a servir al Señor.
Las casadas luchen por su matrimonio, aconseja Pablo, si quedan viudas y quieren casarse de nuevo, no pecan si contraen nuevas nupcias, pues es mejor casarse que andarse quemando de pasión, como advirtió antes, pero es mejor que si ya se libraron de un esposo inconverso ahora disfruten su viudez sirviendo a la iglesia y a sus hermanos. Y para apoyarse, enfatiza: a mi juicio, más dichosa será si se quedare así; y pienso que también yo tengo el Espíritu de Dios, es decir, en su experiencia Pablo enseña que es mejor que no se case de nuevo, será más feliz en libertad piadosa como una viuda que en un matrimonio divorcio civil a la ligera. Como quiera, es un consejo, dice Pablo, “pues a mí también me dirige el Espíritu Santo”.
En este capítulo 7 varias veces menciona Pablo que está dando un consejo por sí mismo, sin tener una cita directa de lo que dijo el “Jesús terrenal” para apoyar su dicho, como se ve en los versículos 12,25,26 y 40. Pero lo refuerza con “no tengo mandamiento del Señor; mas doy mi parecer, como quien ha alcanzado misericordia del Señor para ser fiel” (7:25) y luego en el 7:40 “Y pienso que también yo tengo el Espíritu de Dios”.
Lo que quiere decir que se ha de aceptar lo dicho, o lo escrito, por el Apóstol como Palabra inspirada.