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El apóstol Pablo tenía muy claro lo que era su ministerio, para él era un privilegio predicar a Cristo, quizá el hubiera pagado porque lo dejaran predicar. Reconocía que la misericordia de Dios le había transformado y que hacer la voluntad de Dios y servirle a Él era un placer.
Dios le escogió como un instrumento que llevaría el mensaje a los gentiles, nunca pidió un pago por su servicio, sin embargo, el ver almas liberadas del pecado, enfermos sanos y el derramamiento del Espíritu Santo en sus vidas, era la mayor recompensa y satisfacción de un trabajo bien realizado. La felicidad encontrada al ayudar al débil, al perdido y al necesitado, a encontrar la salvación, es el más grande pago que se pudiera recibir.
Pablo diseño su método de evangelismo, en el que se ponía en el lugar de sus oyentes, fue el misionero que ganó más almas, se dio cuenta de lo esencial que es entenderse con la gente, y no ser una carga para nadie.
Desde el principio de su defensa (apología) con muchos argumentos defendió el derecho de recibir sustento y el tener esposa. Pablo se consideraba un esclavo de Cristo, de quien había recibido una tarea especial de llevar el mensaje a los gentiles, reconociendo que ha sido comprado por Cristo y su deber era obedecerle, porque le había sido impuesta la necesidad. Y sentía una especie de angustia si se quedara sin predicar.
¡Cuál es mi galardón? El gozo de predicar el evangelio sin cobrar. Como el ministerio es por designación divina y se le dio sin tomar en cuenta su elección, su paga es que presente el evangelio gratuitamente, pues su paga era precisamente no recibir paga alguna. Lo que le da mayor libertad de hacerse esclavo de todos. Así nadie podía acusarlo de utilizar métodos escondidos, o tener otras motivaciones al proclamar las buenas nuevas de salvación.