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En el mundo antiguo el lugar de las mujeres era muy bajo. Sófocles dijo: “El silencio le confiere gracia a una mujer”. En Grecia las mujeres llevaban una vida de encierro, solo las que vivían en libertinaje no. Entre la cultura judía, la mujer era tomada como un objeto. El Talmud dice que no se le debe pedir un favor, ni saludar a una mujer. A la mujer no se le permitía enseñar en una asamblea ni hacer preguntas.
Esa fue la condición femenina hasta el derramamiento del Espíritu Santo y que se cumpliera lo dicho por el profeta Joel: “Y después de esto derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; … Y también sobre los siervos y sobre las siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días”. Después del derramamiento del Espíritu Santo, tanto hombres como mujeres pueden “profetizar”, proclamar o ser voceros de Dios y así, edificar, exhortar y consolar en la congregación. Pablo ha mencionado esto en el capítulo 11:5 donde reguló la conducta de la mujer mientras ministraba: “Pero toda mujer que ora o profetiza con la cabeza descubierta…”. Si las mujeres no pueden participar públicamente, se les debería negar el derecho a cantar desde la plataforma o a hablar desde el púlpito. Las iglesias que le niegan ministerio de pastoras o predicadoras a las mujeres también debieran hacer esto. Lo cual demuestra que tales negativas son erróneas.
En estos versículos Pablo no está hablando de que la mujer no puede enseñar, exhortar o profetizar, más bien se refiere a que a las mujeres no les era permitido hacer preguntas, objetar, altercar o tratar de refutar en la sinagoga y después en los templos. Al parecer las mujeres en Corinto acarreaban vergüenza a sus propios maridos al hablar en voz alta durante los cultos y hacer preguntas, pues como se acepta generalmente, hombres y mujeres se sentaban en filas separadas y muchas veces les hacían preguntas en voz alta, a sus maridos que estaban enfrente.
Sería erróneo aplicar estos versículos al ministerio que Dios ha dado a las mujeres. Ellas pueden ejercer los dones del Espíritu Santo del mismo modo que los hombres. Dios ha usado a las mujeres una y otra vez para hacer su obra. Desde luego, las mujeres jamás deberían violar la autoridad del hombre. Pablo dice: “sino que estén sujetas, como también la ley lo dice”. Esta es una referencia a Génesis 3:16: “tu deseo será para tu marido, y él se enseñoreará de ti”. Esto es lo que hace evidente que el Apóstol tenía en vista a las mujeres desordenadas y desobedientes, y no a ninguna de aquellas sobre las cuales Dios había derramado su Espíritu.