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“hablamos sabiduría entre los que han alcanzado madurez; y sabiduría, no de este siglo, ni de los príncipes de este siglo que perecen”.
El versículo seis comienza con el sustantivo “sofía” (sabiduría) para mostrar el énfasis de la idea que Pablo quiere enmarcar. Esta “sofía” sólo es para los maduros en la fe (los salvos), pues es algo profundo y requiere haber dejado atrás lo que sería de niños inmaduros; es decir, los inconversos, quienes prefieren fábulas griegas, cuentos de dioses y semidioses, alocuciones mágicas, o miedos provocados por ciertas expresiones.
La sabiduría del cielo requiere haber crecido en la fe y no en conocimiento pagano, por ello menciona que esta “sofía” no es de “este siglo”, esta era gentil pagana (“siglo” aquí es del griego “aionos” que es una etapa de tiempo no cronológica sino de sistema de pensar o vivir), ni de los príncipes o gobernantes. en lugar de ello el conocimiento que traía al apóstol podían hasta contravenir lo oficial, por ello los príncipes de este mundo no “conocieron”, no recibieron la revelación.
“que perecen” no se refiere a que los príncipes perezcan sino a que el conocimiento de este siglo y de esos príncipes, se vuelve obsoleto, pierde luego validez y termina no sirviendo, en contraposición al conocimiento que viene del Señor Jesús y que es eterno.
“Mas hablamos sabiduría de Dios en misterio, la sabiduría oculta, la cual Dios predestinó antes de los siglos para nuestra gloria”
La eficiente yuxtaposición entre las sabidurías entra elegantemente en el discurso. La “sofía” de los hombres es el resultado de sus imaginaciones y elucubraciones, en lugar de ello la de Dios es un verdadero misterio, algo que tuvo que ser revelado y es algo que se comprende por fe.
En realidad, mucho de lo que creemos no puede ser probado en laboratorio, se requiere tener fe en el factor sobrenatural que es Dios. Este conocimiento es oculto, en griego “apókrypto”, la misma palabra que usa Jesús cuando expresa que el Padre “escondió” estas cosas de los sabios y entendidos para revelárselas a sus pequeños (Mt 11:25); es decir, que el Señor deliberadamente encriptó esta sabiduría, la cual solo puede ser desencriptada por la fe.
Ese conocimiento libertador y grandioso estaba ya listo para nosotros aún antes de que existiéramos, desde antes de los tiempos, pues el principio de esa sabiduría es Jesús mismo, “el eterno”.