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Pablo enfatiza fuertemente aquí el mi hermano, pues la idea es clara, si considero a la gente de mi congregación algo mío entonces debo protegerlos, renunciar a lo que los pueda lastimar y evitar que uno mismo sea tropiezo a ellos, incluso, dice el apóstol, llegando a renunciar a comer carne para siempre. Quien piensa así, ha madurado poderosamente y tiene el corazón semejante al de Cristo.
Si el Señor se entregó en un holocausto vivo, es decir, en un sacrificio completo, cuánto más nosotros renunciar a nuestro confort personal por amor a la iglesia a la que servimos. Un día todo se acabará y como en un anterior capítulo Pablo sentenció: Las viandas para el vientre, y el vientre para las viandas; pero tanto al uno como a las otras destruirá Dios. (1 Cor. 6:13) No comeré carne jamás: una decisión categórica para no dañar a los hermanos y para no pecar contra Dios.