Es decir, Pedro quería aprovechar toda ocasión para recordarles lo que el Señor Jesús le había enseñado y el Espíritu Santo le instaba a pronunciar. Para bien de sus escuchas, de los lectores contemporáneos de sus cartas y de las generaciones futuras.

Así como los israelitas reemplazaron el tabernáculo con el templo, los creyentes deberían anhelar el intercambio de su cuerpo terrenal por un cuerpo glorificado. El cuerpo físico está en proceso de envejecimiento y desgaste, que más temprano que tarde llegará a su final terreno.

El apóstol Pablo, metafórica y bellamente en 2 Corintios 5:1 describe el proceso así: “Porque sabemos que si nuestra morada terrestre, este tabernáculo, se deshiciere, tenemos de Dios, un edificio, una casa no hecha de manos, eterna en los cielos”

El apóstol Pedro, experimentaba al escribir esta segunda y final epístola, la singular bendición de disfrutar una revelación divina particular: “sabiendo que en breve debo abandonar el cuerpo, como nuestro Señor Jesucristo me ha declarado”. Confirmando lo que el Señor Jesús le había profetizado unos cuarenta años atrás, como el apóstol Juan lo interpreta (Jn 21: 19); de que sufriría por su causa. La tradición menciona que bajo la persecución de Nerón (quien murió en junio del 68 D.C.) fueron ejecutados los amados apóstoles Pablo y Pedro. Por lo que esta segunda Epístola se fecha entre los años 66-68, poco antes de su partida. Como se sabe la tradición menciona que Pedro fue crucificado cabeza abajo, pues rehusó ser crucificado como Cristo.