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Pedro con autoridad les dice “que tengáis memoria de las palabras” que ha hablado el Padre Celestial a través de sus santos y ungidos profetas. Esto con el fin de no olvidarse que en el período veterotestamentario (AT) Dios habló a su pueblo escogido muchas veces, pero tristemente, “mi pueblo no oyó mi voz, e Israel no me quiso a mí”, como expresa dolidamente el Salmo 81:11.
Ya, en el inicio de la segunda carta el apóstol Pedro había dicho “Tenemos también la palabra profética más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones”, ratificando además algo sumamente importante: “porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo” (2 P 1:19,21).
Con esto el apóstol volvía a mencionar que Dios había usado la vida de sus siervos los profetas para traer su Palabra a la humanidad, asegurando que una vez que vino Jesucristo al mundo, cumplió con todo lo anunciado por los “santos profetas” (Hebreos 1:1-3), no solo eso sino que también el Señor Jesucristo se encargó de transmitir el mensaje del reino de los cielos a sus santos apóstoles, quienes por “mandamiento del Señor y Salvador” anunciaron valerosamente el santo evangelio en los lugares a donde fueron enviados. Cabe resaltar que nuestro Señor y Salvador es la autoridad final, tanto de los profetas como de los apóstoles que caminaron con Él y le vieron resucitado de entre los muertos (Hechos 1:3,21,22; 1 Co 15:8-10).