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El apóstol Pedro habla ahora del día de Dios, que es equivalente al “día del Señor” mencionado en el 3:10 y que ya se explicó, desafiando a los creyentes a andar en santa y piadosa manera de vivir, sabiendo que todos los elementos serán deshechos.
Recuerda la promesa de que, a cambio, los creyentes esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva. Instando a que los cristianos se esfuercen a vivir de tal manera, que cuando estas cosas sucedan seamos hallados por Él sin mancha e irreprensibles, en paz. Con la sabiduría ofrecida por nuestro Dios, para aparecer ante Cristo irreprensibles y con frutos de justicia para alabanza del Señor (Fil 1:10,11).
La Epístola a los Hebreos, pone de ejemplo para todos los creyentes al patriarca Abraham, quien habitó como extranjero en la tierra prometida, “porque esperaba la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios” (11:14) y agrega “porque no tenemos aquí ciudad permanente, sino que buscamos la por venir” (13:14).
El apóstol Juan en Apocalipsis 2:1 ratifica la declaración inspirada de Pedro y nos muestra un vislumbre del cumplimiento: “Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más” (Ap 21:1).