El apóstol Pedro ya anciano en el Señor, se dirige una vez más con ternura a sus “Amados” en una “segunda carta”, manteniendo la unidad con la Primera, y la coherencia de sus enseñanzas con las de los profetas y los apóstoles. Dejando atrás sus instrucciones para identificar a los falsos profetas y maestros, ahora se dispone a dar palabra al rebaño amado, con miras al día del Señor que vendrá con gloria y poder.

Siguiendo el ejemplo del apóstol Pablo en su carta a los Filipenses: “A mí no me es molesto el escribiros las mismas cosas, y para vosotros es seguro” (Fil 3:1), el apóstol Pedro ratifica el valor de volver a recordar con exhortación lo antes dicho, a todos aquellos que cuentan con una mente cristiana, al haber recibido un claro entendimiento de la verdad que yace en el Señor Jesús. Recalcando además la importancia de mantenerse limpios en el Señor, cultivando la enseñanza recibida. El apóstol hace uso de la palabra “limpio” del griego eilikrines que significa probado por la luz del sol, significando que los creyentes han venido a la luz de Cristo y son capaces de descubrir o encontrar cualquier falla en su vida y buscar una restauración por el Espíritu Santo, así como reprender cualquier situación que altere o afecte su comunión con Cristo.