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Al iniciar su carta, Santiago se presenta con el título de “siervo de Dios y del Señor Jesucristo”. No utiliza el epígrafe de “apóstol” aunque lo era (Hch 1:14; 2:17; Gá 1:19; Hch 21:18-25). Santiago fue el pastor de la iglesia apostólica (no se sabe por cuanto tiempo) y a quien le tocó dirigir el concilio de Jerusalén (Hch15). Pero aquí, se presenta así mismo como un “siervo” (griego: doulos) que significa “esclavo”. Un esclavo rendía obediencia, humildad y lealtad total a su amo. Eso es lo que el hermano de Jesús ofrecía a Dios el Padre y a su Hijo. Además, posiciona a los miembros de la Trinidad en el mismo rango. La carta va dirigida a las “doce tribus” haciendo énfasis en la palabra “dispersión”, que literalmente presenta la idea de judíos-cristianos que vivían fuera de la región de Palestina. Todos aquellos judíos que residían, por una u otra razón, lejos de la Tierra Prometida pertenecían a la “diáspora”. (Una lejanía que se prolongó por casi 2000 años).
Los evangelistas usaban la palabra Cristo (griego: Christós) “ungido” más como título y no como un nombre propio. Santiago utiliza el título primario “Señor” (griego: kurios) para posicionar a Jesucristo al mismo nivel que Dios Padre. Reconoce así, que el Hijo de Dios fue enviado para salvar, es decir “Jesús: Yahwhe, salva”.