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El hombre ha sido dotado de la capacidad de gobernar y señorear toda la creación. Ha llegado a domar a las mismas serpientes y felinos feroces, pero se le complica domar su lengua. Se ha llegado a controlar la naturaleza, pero seguimos teniendo dificultades en refrenar la lengua. El mal que puede provocar es enorme; destruye reputaciones por medio de calumnias, daña las relaciones de las personas, familias, iglesias, dado que usualmente se habla o agrede sin pensar. Incluso puede ocasionar el suicidio de las personas que tienen baja autoestima y no conocen el evangelio de Jesús.
Puede llevar al cuerpo y al alma de la persona al paraíso o al infierno. Con la lengua se muestra la arrogancia o la humildad, el conocimiento o la ignorancia, el amor o el odio. Y como lo que hablamos es un reflejo del corazón, la sentencia está firmada por uno mismo.
El poder de Santo Espíritu es capaz de dominar la lengua del creyente, cuando éste se sujeta. El amor de Dios, manifestado en la vida del cristiano, puede controlar la lengua, en cualquier circunstancia. Pablo menciona en su carta a los Efesios, en el capítulo 5:19,20 que la llenura del Espíritu Santo permite hablar con salmos, con himnos y canticos espirituales. La expresión del fruto del Espíritu, demandado en Gálatas 5:22,23: “amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza”, revela un control absoluto de la lengua.