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“Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros”, es una promesa de bendición que honra el sometimiento de los creyentes, que siempre están “hablando con himnos y cánticos espirituales, cantando y alabando al Señor en sus (vuestros) corazones; dando siempre gracias por todo al Dios y Padre, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo. Someteos unos a otros en el temor de Dios”.(Efesios 5:19-21),
Juan 15:5 recuerda el ofrecimiento de Jesús: “separados de mí nada podéis hacer”
Santiago, luego duramente, marca un fuerte llamado a creyentes descuidados, y en una corta oración lo que deben hacer: “Pecadores, limpiad las manos”. como una condición imprescindible para llegar a la presencia de Dios. “¿Quién subirá al monte de Jehová? ¿Y quién estará en su lugar santo? El limpio de manos y puro de corazón; el que no ha elevado su alma a cosas vanas, ni jurado con engaño. Él recibirá bendición de Jehová, y justicia del Dios de salvación” (Salmo 24:3,4),
La exhortación avanza aún más cuando dice “y vosotros los de doble ánimo, purificad vuestros corazones”, los de doble alma, pensamiento, intenciones y motivaciones, que necesitan un cambio urgente por la inconstancia en sus caminos, como ya lo había dicho al principio de la Epístola: “el hombre de doble ánimo es inconstante en todos sus caminos” (1:8). A ellos les manda: “purificad vuestros corazones” una condicional que brinda el libre acceso a la presencia de Dios por el camino que abrió Jesús (Hebreos 10:19-22), y cuyo énfasis principal es la santidad, sin la cual nadie verá al Señor (He 12:14).
La exhortación de Santiago sigue: “Afligíos, y lamentad, y llorad” lo cual exige que efectúen un cambio significativo en sus vidas, mismo que refrenda en el mismo tono, al decirles “Vuestra risa se convierta en lloro, y vuestro gozo en tristeza”. Dicho cambio resulta necesario, cuando obcecadamente se rechaza la sabiduría de Dios, “que es primeramente pura, después pacífica, amable, benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía” (3:17).
Su egoísmo y afanes desmedidos eran contrarios a Dios, produciendo una auto exaltación y alegría sin sentido que debían erradicar. Por tal motivo les dice “humillaos delante del Señor”. La aflicción, el lamento y el lloro, son reacciones que se esperan de alguien que se humilla, sobre todo ante el Señor. Jesús se humilló hasta la muerte haciéndose obediente hasta la muerte y fue exaltado (Filipenses 2:8,9). Dando ejemplo de lo que había pedido a sus seguidores: “Porque el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido” (Mateo 23:12).
Así que el contraste entre el soberbio y el humilde estriba en la obediencia y sumisión a Dios; en aquellos que reconocen el poder de Dios, pues saben que Él gratifica abundantemente “y él os exaltará” tal cual lo hizo con su Hijo.