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Pues ya empezó a gloriarse, pues se sigue alabando en sus debilidades, porque si algo jamás olvidó, fue que no pudo enfrentar a sus enemigos cara a cara en Damasco, cuando comenzaba su ministerio y los judíos se sentían confundidos.
El Saulo que asolaba a los cristianos en Jerusalén para matarlos, estaba en las sinagogas predicando al Cristo resucitado. Por este motivo acordaron matarle y lo vigilaban día y noche, así que los discípulos acordaron que de noche lo descolgarían en una canasta por el muro para que se fuera a Jerusalén (Hch 9:23-25)
El apóstol Pablo pone a Dios por testigo de que todo lo que ha enumerado en esta sección de su carta era verdad; ni le había aumentado, ni había omitido algún hecho. No tenía de que avergonzarse, o por qué sentirse inferior a los otros apóstoles. El había sido llamado para predicar a reyes, gentiles y judíos.
i 11.32–33: Hch. 9.23–25.