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Una vez más, el apóstol retoma su postura de no gloriarse sino en lo que es débil. Permanece firme respecto a la gloria inmerecida que se adjudicaban quienes enseñaban y predicaban engañando a la iglesia (11:4), por lo que recalca que si quisiera gloria propia, tendría razones para recibirla y no como estos falsos predicadores que se vanagloriaban ante el pueblo a quien decían brindar conocimiento (11:12), con el único fin de aprovecharse de ellos y estafarlos (11:13).