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Quien tiene por principio la misericordia, jamás le faltara las herramientas para proveerla. Dios no nos pide que demos todo, al grado de quedarnos nosotros sin amparo y más aún, exponiendo a necesidades a los nuestros, antes bien, él mismo hace sobreabundar lo que poseemos con buena administración.
En Mateo 25:37-40, Jesús alude al apoyo que en la tierra se debe dispensar a los necesitados, de una manera tan fuerte, que él personifica las buenas acciones, como si a Él se le hicieran: “por cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mi me lo hicisteis”
Lejos de ver que disminuyan nuestras semillas en el granero, Dios nos manda invertirlas en la tierra de los vivientes para que sean multiplicadas. La semilla que cae en tierra comienza a ganar intereses que se verán reflejados en la cosecha. Lo mejor de ello, es que estos frutos son de justicia, pues seremos retribuidos por la mano de Dios en todo lo que sembremos.
Recuérdese que, en el principio de la iglesia los creyentes daban como un acto de bondad natural, no se les exigía que se despojaran de nada, todo lo contrario, eran ellos quienes llevaban a los pies de los apóstoles lo que ahora dejaba de ser suyo para ser de todos.