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El evangelio arroja luz sobre el tema de quien es Dios y lo revela como el Padre amoroso que envió a su Hijo a morir por el ser humano y así otorgarle vida eterna. Jesucristo dijo a los fariseos y escribas: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8:12). La misma nube que era “luz” al pueblo de Dios en el desierto, era “tinieblas” a los enemigos egipcios de Jehová que los perseguían(Ex 14:20).
“El evangelio de la gloria de Cristo” proporciona al hombre iluminación sobre la naturaleza y esencia de Cristo. Quien desea ver “la gloria de Dios” la puede ver en “la faz de Jesucristo” (Jn 14:7-9) quien es la “imagen de Dios” (Col 1:15; He 1:3).
La proclamación del evangelio no se trata del hombre, ni su sabiduría ni su poder, se trata de Jesucristo, el Mesías, el Salvador del hombre. Pablo dice: “Porque no nos predicamos a nosotros mismos”. Quien predica no trata de establecer su propia autoridad ni procura remuneración por lo que hace.
El verdadero evangelio proclama a “Jesucristo como Señor”, el autor de la vida y de este glorioso evangelio, el soberano y dueño de todo lo que existe, incluyendo especialmente a quienes trabajan para él, sus siervos. Lo proclamamos como Jesús el Salvador (Mt 1:21); el Mesías prometido (1ª Pedro 1:18); el Hijo de Dios (He 1:15); el Verbo encarnado (Jn 1:1,12,14); el Rey y Soberano de todo lo que ha sido creado, pues por Él fueron creadas todas las cosas (Col 1:15-19). En esto consiste el verdadero evangelio en “predicar a Jesucristo y a este crucificado” (2 Co. 2:1-5). Quien declara ser esclavo de Jesucristo lo es también de su Cuerpo, la iglesia.
Quienes predicamos a Jesucristo somos “siervos por amor de Jesús”, es decir, somos sus esclavos en un servicio voluntario. El ministro es el heraldo del Cristo crucificado, y el Señor debe estar en el centro de su vida. El ministro cristiano debe buscar servir y no imponerse a los demás. Es de humanos desear controlar la vida de los demás, de imponerse sobre ellos y controlarlos aun usando la teología, lo que algunos hacen. Pero el verdadero siervo de Cristo, dice como Juan el Bautista: “es necesario que él crezca y que yo disminuya” (Jn 3:30). Mientras más exaltado sea Cristo más desaparece el hombre y viceversa.