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Triunfantes en Cristo, 2 Co 2:14-17

 2:14-17 “Mas a Dios gracias, el cual nos lleva siempre de triunfo en Cristo Jesús, y por medio de nosotros manifiesta en todo lugar el olor de su conocimiento. 15Porque para Dios somos grato olor de Cristo en los que se salvan, y en los que se pierden; 16a éstos ciertamente olor de muerte para muerte, y a aquéllos olor de vida para vida. Y para estas cosas, ¿quién es suficiente?17Pues no somos como muchos, que medran falsificando la palabra de Dios, sino que con sinceridad, como de parte de Dios, y delante de Dios, hablamos en Cristo”.


Con su estilo característico, Pablo, interrumpe su narración para alabar a Dios pues recuerda las buenas noticias que recibió con la llegada de Tito. Éstas disiparon todos los temores del apóstol, lo llenaron de profunda alegría y colmaron su corazón de gratitud a Dios, quien es el autor de todo bien. El Señor había ganado la victoria en la iglesia de Corinto: “Mas a Dios gracias”.

La victoria en Corinto le lleva a reflexionar sobre las victorias del evangelio en las ciudades donde había sido predicado. La expresión “nos lleva siempre en triunfo” era el término técnico romano usado para el desfile de tropas victoriosas a través de las calles de la ciudad atiborradas de gente. Lo espectacular de la victoria romana se revelaba exhibiendo la larga y miserable procesión de los cautivos y el botín acumulado. Pablo utiliza esa figura en Colosenses 2:15: “y despojando a los principados y a las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobe ellos en la cruz”. El evangelio triunfó en Filipo, Tesalónica, Corinto, Éfeso, Colosas, y en la Región de Galacia por mencionar algunos lugares.

En este pasaje la nota dominante es la del triunfo. Pero el vencedor no es Pablo, sino Dios. Es Él quien hace progresar el evangelio. Pablo es solo alguien a quien se le permite participar en este desfile triunfal. El poderoso Dios asocia al humilde apóstol con el triunfo divino de su obra redentora.

Pablo había estado agobiado por la preocupación de saber cómo habían reaccionado los hermanos de Corinto con la carta severa, pero al escuchar las buenas noticias, se alegra por lo que el glorioso Señor ha hecho en ellos. Todo lo hace Jesús, y por eso, él está en Cristo y Cristo está en él. Esta es la atmósfera en que Pablo se movía.

El conocimiento de Dios se ha esparcido por muchos lugares y Pablo ha sido usado por Dios para ese fin. Este conocimiento es como “olor”, es decir, es como suave perfume que se eleva, cual el humo del incienso que envolvía a la comitiva del conquistador.  

Para Meditar

Pablo no es solo el instrumento por el cual el perfume se expande, sino él mismo es “grato olor de Cristo”. Somos a Dios o para Dios la “fragancia de Cristo”, es decir que Cristo, que vive en nosotros y al que llevamos por todas partes, nos hace agradables a Dios. Dios ve en nosotros a su Hijo amado según nos dice Efesios 1:6: “para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado”.

Existen dos clases de hombres en medio de los cuales se difunde el perfume del evangelio: los que caminan por el camino de la salvación y aquellos que lo corrompen, lo diluyen, lo llenan de malos olores y van por el camino de la perdición. Bien lo menciona Jesucristo cuando habla de los dos caminos: “entren por la puerta angosta; porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la destrucción. Mucha gente toma ese camino. En cambio, la puerta que lleva a la verdadera vida es muy angosta, el camino muy duro y sólo unos pocos lo encuentran” (Mt 7:13,14).

En el desfile triunfal estaba el conquistador, sus tropas y los cautivos y todos respiraban el mismo incienso (perfume), pero para unos era olor suave, olor de triunfo y para los otros, para los cautivos era olor de muerte.

Con esta metáfora Pablo ilustra una gran verdad. Así el evangelio tiene efectos diferentes. Puede producir vida o muerte. Quien rechaza la bienaventuranza del evangelio no hace sino ahondar la condenación y hacer más segura la perdición. El evangelio está para producir vida y vida en abundancia (Jn 10:10).

Nota histórica:

Pablo expresa “… a estos ciertamente olor de muerte para muerte”. Se encuentran en los antiguos escritores judíos varios dichos semejantes: “Así como la abeja brinda miel a su dueño, pero pica a otros, así es con la palabra de la ley; es de vida para los israelitas; y olor de muerte para la gente de este mundo” (Debarin Rabba, sec I, Fol 248). El mensaje de Pablo es claro: Los que creen y reciben el evangelio se salvan; los que lo rechazan se pierden.

“Y para estas cosas, ¿quién es suficiente? La solemnidad de la situación fuerza al apóstol a decir: ¿quién tiene la pasión, la sapiencia, la sumisión, la atención por el llamamiento, cuyos efectos son la vida o la muerte? ¿Quién sabe predicar como para producir los efectos redentores del evangelio?

Pablo contesta: “Pues no somos como muchos”. Uno puede pensar que la respuesta a la pregunta sería: nadie es suficiente. Pero el apóstol dice de sí mismo que él es suficiente para tal misión. No es por él mismo, sino que Dios le ha hecho suficiente para este trabajo dándole su pura doctrina, el ministerio de la reconciliación (2ª Co 5:11-6:20), la cual preserva y conserva con plena conciencia.

El actuar de Pablo no es “como muchos”. Al compararse con los “falsos apóstoles” el apóstol demuestra la insuficiencia de éstos. Ellos no son suficientes para esta misión. Son culpables de falsificar (palabra en griego kapalenontes que viene de tabernero y significa actuar como un tabernero sin escrúpulos) la “Palabra de Dios”, es decir, la convierten en mercancía, hacen negocio con ella, utilizan el evangelio para provecho propio. Los taberneros han sido conocidos por adulterar sus vinos, mezclándolos con mostos sin valor, para aumentar la cantidad; y la mezcla es vendida por el mismo precio que el vino puro. En el Antiguo Testamento encontramos referencias sobre adulterar la Palabra de Dios en Is 1:22: “Tu plata se ha convertido en escorias, tu vino está mezclado con agua”, es decir, tus falsos profetas y sacerdotes corrompidos adulteran la Palabra de Dios y hacen que pierda su efecto con sus explicaciones y tradiciones. Así los “falsos apóstoles”.

De ellos habla Pablo en 2ª Timoteo 3:1-9, diciendo que son: “amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos, sin afecto natural, implacables, calumniadores, intemperantes, crueles, aborrecedores de lo bueno, traidores, impetuosos, infatuados, amadores de los deleites más que de Dios”.

En contraste Pablo afirma que su sinceridad es absoluta. Expresa: “sino que con sinceridad, como de parte de Dios, y delante de Dios, hablamos en Cristo”. Pablo y sus colegas eran hombres sinceros, con el más puro de los motivos. Ellos no se nombraron a sí mismos, Dios les llamó a este ministerio (2ª Co 1:2), Pablo no fue enseñado por los apóstoles (Ga 1:15), Jesucristo se reveló a él (Hch 9:5-7; Ga 1:16). Las tres repeticiones que aparecen en este versículo no son una repetición sin sentido:

• Pablo habla de parte de Dios, quien es la fuente de toda verdad, de toda la vida, como si Dios hablara por él;
• delante de Dios, es decir, bajo la mirada de Dios, quien todo lo ve, teniéndole por testigo, estando consciente que a Él hay que rendirle cuentas;
• hablamos en Cristo, fuera del cual nosotros no podemos producir nada, Él es el centro, el objeto de toda predicación evangélica.



Para Meditar

¡Qué ejemplo tan grande dejó Pablo a los pastores y líderes de la iglesia! Su fe en Cristo le hizo ser coherente con lo que predicaba y vivía. Era exigente, pero a la vez tierno. Firme en carácter, defendía la doctrina de Cristo con pasión, pero también tenía compasión por sus hijos en la fe. Ejemplos de esto son estos capítulos de la 2ª carta a los Corintios. Vemos a un pastor que corrige a la iglesia, y aunque la palabra fue dura lo hacía porque amaba a los hermanos. Sabía poner disciplina con amor. No juzgaba al hermano sino su pecado. Pedía a la iglesia perdonaran al agresor y le restituyeran los privilegios de llamarse miembro del Cuerpo de Cristo. Su vida era transparente, sincera, cristocéntrica. Sus enemigos le acusaban, infundadamente, no había nada oculto en su vida, y los creyentes que le conocían podían dar testimonio de su vida en santidad.

El ministerio no lo da el diploma otorgado por una escuela bíblica, lo da Cristo. Es él quien capacita al ministro para realizar la misión encomendada. Pero no abusemos de esa gracia divina. No nos acostumbremos a una vida tranquila que se haga una rutina, pues el ministerio es pasión, amor, compasión, disciplina, recordando que un día daremos cuenta al Señor de la mies sobre nuestra obra en ella. ¿Podremos escuchar su dulce voz diciendo: “Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor” (Mt 25:23)



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