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Porque sabemos…El apóstol siguiendo con su hilo de pensamiento desde el capítulo 4, versículo 7, sobre el tema de “vivir por Cristo” y todo lo que eso conlleva, -positivo y negativo- afirma que se debe estar consciente que los sufrimientos son momentáneos y pasajeros y que ciertamente se experimenta un poco de aflicción, pero comparándolos con lo eterno, son nada. Por lo que el cristiano se debe mantener firme y sin desmayar. Por eso, dedica un importante espacio para comparar el cuerpo terrestre con el celestial.
El Apóstol usa un hermoso lenguaje para denominar el cuerpo en el que habitamos: “una morada terrestre, un tabernáculo” y así mismo, representativas figuras de lenguaje para nombrar el sitio a donde iremos: “un edificio, una casa no hecha de manos”. Expresiones poéticas, pero no fantasiosas, sino muy reales.
La expresión gramatical que sigue: “se deshiciere”, proviene de un verbo comúnmente usado en las conquistas. Lo cual lleva a la segunda frase “un edificio” divino, eterno, un cuerpo perfeccionado y sin limitaciones temporales. Quizá la mejor descripción sea la del teólogo Lewis Sperry Chafer, quien se expresa de la siguiente manera:
“La actual experiencia de la vida humana residiendo en un cuerpo sentenciado a muerte, no tiene comparación con la espectación de la vida eterna en un cuerpo renovado, semejante al cuerpo resucitado de Cristo. Al describir este asombroso cambio, el Apóstol declara (1 Co. 15:41-57) que este cuerpo corruptible se revestirá de incorrupción; siendo ahora mortal, resucitará inmortal; sembrado en “deshonra”, resucitará en gloria; ahora tan débil, resucitará lleno de inefable poder; siendo ahora un cuerpo “animal”- adaptado al alma- se tornará cuerpo espiritual- adaptado al espíritu”.1
Muy al estilo judío, Pablo usa un hebraísmos,2 común, dedicado ahora a los gentiles, “una morada eterna”, refiriéndose no solamente a algo espiritual, como algunos predicadores primitivos lo mencionaban; sino, aplicándolo también al hecho de que se levantará un cuerpo en gloria, como el teólogo Louis Berkhof lo refiere:
“…la Biblia es muy explícita al enseñar la resurrección del cuerpo. A Cristo se le llama las “primicias” de la resurrección (1 Co. 15:20,23) y “el primogénito de los muertos” (Col. 1:18; Ap. 1:5). Esto implica que la resurrección del pueblo de Dios será semejante a la de su celestial Señor. La de Él fue una resurrección corporal y la de estos tendrá que ser de la misma clase. Además, la redención obrada por Cristo incluye también la del cuerpo (Ro. 8:23: I Co. 6:13-20). En Romanos 8:11 se dice explícitamente que Dios por medio de su Espíritu levantará nuestros cuerpos mortales.”3
Como creyentes, nunca será una prioridad enrolarnos en algo mundano; la responsabilidad es de preocuparse por llegar a estar presentables para cuando nos encontremos con el autor y consumador de nuestra salvación. Si Cristo resucitó, nosotros juntamente con Él habremos de resucitar. La responsabilidad que recae en el creyente es servir como santuario terrenal, y si somos santuario de Cristo, es nuestro deber y responsabilidad vivir la santidad a plenitud.
1Lewis Sperry Chafer, Teología Sistemática, Tomo I, Ed. CLIE, VILADECAVALLS (BARCELONA) ESPANA, pag. 1193
2(Expresión o construcción que se consideran propias y características de la lengua hebrea)
3Berkhof, Louis, Teología Sistemática, Pag. 865-866.