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Viviendo por la fe 2 Co 4:7-18

14:15-18 “Porque todas estas cosas padecemos por amor a vosotros, para que abundando la gracia por medio de muchos, la acción de gracias sobreabunde para la gloria de Dios. 16Por tanto, no desmayamos; antes aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva día en día. 17Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria; 18no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas”


Pablo es claro al decirle a los hermanos en Corinto que todo lo que ha sufrido ha sido por amor a ellos. ¡Qué gran corazón tenía el apóstol! Las últimas palabras del versículo 15: “para que, abundando la gracia por medio de muchos, la acción de gracias sobreabunde para la gloria de Dios”, significan que la gracia divina, ya tan multiplicada para con los corintios, abunda aún más, aumenta por las acciones de gracias de muchos, dando siempre la gloria a Dios. Dos pensamientos en uno, el cual nos hace ver la importancia de un sincero reconocimiento en la vida cristiana.

La Biblia Jerusalén traduce este versículo así: “Y todo esto, para su bien a fin de que cuantos más reciban la gracia, mayor sea el agradecimiento para la gloria de Dios”. La acción de gracias invita a recibir gracia más abundante. En el 2º libro de Crónicas se tiene un ejemplo de que este abundar en acción de gracias atrae la gracia de Dios: …Josafat, estando en pie, dijo: Oídme, Judá y moradores de Jerusalén. Creed en Jehová vuestro Dios, y estaréis seguros; creed a sus profetas, y seréis prosperados. Y … puso a algunos que cantasen y alabasen a Jehová, vestidos de ornamentos sagrados, mientras salía la gente armada, y que dijesen: Glorificad a Jehová porque su misericordia es para siempre.

Y cuando comenzaron a entonar cantos de alabanza, Jehová puso contra los hijos de Amón, de Moab, y del monte de Seir, las emboscadas de ellos mismos que venían contra Judá, y se mataron los unos a los otros” (2 Cr 20:19-22; comparar con Salmo 18:3; 50:23).

Por todo lo que antecede y lo que va a decir Pablo concluye el capítulo diciendo: “por tanto, no desmayamos”. Es una frase que lleva determinación, coraje y valentía. Saulo no puede desmayar en el servicio a Dios porque está consciente que: “aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día”. El hombre interior es el espíritu del hombre, penetrado y santificado por el Espíritu de Dios (Ro 7:22); el hombre exterior (vasos de barro) es el cuerpo mortal, la carne (versículos 10 y 11); y todas las necesidades, todas las flaquezas que lo acompañan. Esta parte de nuestro ser es destinada a la muerte, a la destrucción, para reaparecer un día en la gloria.  

Para Meditar

Es natural que durante la vida la fuerza corporal del hombre se marchite, pero también debe ser natural que su alma continúe creciendo. Los mismos padecimientos que pueden debilitar el cuerpo del siervo de Dios, pueden ser los que fortalezcan las fibras de su alma. Como dijera el poeta José Saramago en su poema ¿Qué cuantos años tengo?: “Tengo la edad en que las cosas se miran con más calma”. A los años que se llevan la belleza física se le deben agregar belleza espiritual; pues la vida interior “se renueva” o está siendo renovada con gracia nueva (v. 15), fe (v. 13) y esperanza (vs. 17,18).

Desde el punto de vista físico la vida puede ser un lento pero inevitable resbalar cuesta abajo que conduce a la muerte y culmina en la tumba. Pero desde la perspectiva espiritual la vida es un ascender la cuesta que lleva a la cima de la presencia de Dios. No hay porque tener miedo a los años, pues ellos nos acercan a Dios y no a la muerte.

Pablo dice: “Porque estos sufrimientos insignificantes” (RVC). Cuando leemos esta frase podríamos preguntar si en realidad Pablo conocía las aflicciones “verdaderas”. El mismo Pablo nos da la respuesta. El apóstol tenía la experiencia de sufrir por causa de Cristo. Había graduado de la universidad de la aflicción y sufrimientos, no estaba en el jardín de niños. Él mismo describió en esta segunda carta (11:24-27) algo de lo que había padecido: “azotes sin número, en cárceles muchas veces, en peligros, azotado cinco veces por los judíos y tres veces azotado con varas, una vez apedreado, tres veces estuvo naufragando, una noche y un día naufragó en alta mar, en caminos muchas veces, en peligros de ríos, ladrones, de sus propios compatriotas, de los gentiles, en la ciudad, en el desierto, en el mar, entre falsos hermanos, en mucho trabajo y fatiga, en muchos desvelos, muchas veces tuvo hambre y sed, ayunó mucho y padeció frío y desnudez”

Todo lo anterior son sufrimientos físicos, pero ¿qué de los sufrimientos emocionales, mentales y espirituales que tuvo que enfrentar? Pablo mismo dice: “Por si esto fuera poco, nunca dejo de preocuparme por las iglesias. Me enferma ver que alguien se enferme, y me avergüenza y me enoja ver que se haga pecar a otros” (2 Co 11:28,29 TLA).

El apóstol sabe que lo que se pueda sufrir en esta vida “produce en nosotros un más excelente y eterno peso de gloria”. El que sufre por Cristo participará de su gloria. Dios mismo lo ha prometido (Ro 8:17). Todas las aflicciones que el siervo de Dios pueda pasar en esta vida, no se pueden comparar o igualar a la gloria que tendremos por la eternidad con el Señor. La aflicción no es algo que deba de soportarse para alcanzar gloria, más bien es el proceso que crea la gloria. Es como una mujer que está dando a luz: a través de los dolores de parto viene el nacimiento de su bebé.

Las vicisitudes que pasamos en esta tierra son pasajeras. “No mirando las cosas que se ven”. No debemos apuntar a las cosas visibles, no debemos hacerlas nuestro objetivo, y no luchamos por obtenerlas; porque no son dignas de que las hagamos nuestra meta. En cambio, nosotros “vemos las que no se ven, pues son eternas”. Nuestro espíritu inmortal tiene su vista fija en las cosas espirituales, invisibles al ojo humano y que son eternas. Las tribulaciones pueden servirnos como medios de preparación en nuestra permanencia y ascenso en los caminos del Señor. Estas cosas invisibles, no se ven ahora, pero se verán cuando tengamos un cuerpo glorificado y estemos con nuestro Señor y Salvador por toda la eternidad.

Debemos de consolar nuestras vidas con las palabras del Señor Jesucristo: “No se turbe vuestro corazón; creed en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy pues a preparar lugar para vosotros… Vendré otra vez y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis” (Juan 14: 1-3).



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