LBC Menú
Capítulos:
Pablo se ve obligado a presentar defensa de su ministerio. Había sido acusado de falsedad. En estos versículos pone en claro sus motivos y conducta, para que se arreglaran los pequeños problemas que pudiera haber por los malentendidos que, quienes se oponían a su ministerio, convirtieron en sospechas y calumnias en contra de él. Específicamente, ¿de qué le acusaban? Había prometido a los hermanos de Corinto ir a visitarlos, a fin de combatir, con su presencia los numerosos abusos que se habían introducido en la iglesia. Pero hasta ese momento no lo había hecho.
Además, sus adversarios lejos de ser humillados por su primera carta se habían aprovechado de esto para acusarle de carácter voluble e inconstante: “¿…para que haya en mí Sí y No? (v. 17); y de tener temor de los hombres: “… ruego pues que cuando esté presente, no tenga que usar de aquella osadía con que estoy dispuesto a proceder resueltamente con algunos que nos tienen como si anduviésemos según la carne…” (2 Co 10:1-10).
Pablo invoca “el testimonio de su conciencia, que con sencillez y sinceridad de Dios… se ha conducido, en el mundo y en la iglesia”. La palabra “Conciencia” utilizada por Pablo aquí se refiere a la “conciencia moral”, la actitud moral de los pensamientos, las palabras y las acciones. El significado de la palabra “sinceridad”, es la cualidad de un objeto transparente que se juzga a los rayos del sol; así, la pureza sin mácula de un cristal, y, moralmente, la nitidez de un alma que la luz del Espíritu de Dios penetra por completo, y que se juzga a sí.
Hace, el apóstol, un contraste entre “la sabiduría humana y la gracia de Dios”. La sabiduría “carnal” es la habilidad de la razón humana entregada a sí misma, a sus medios equivocados. La gracia de Dios esclarece la inteligencia, purifica los corazones y santifica todos los motivos (Prov 2:6; Stg 3:17). Pablo es un hombre íntegro (v. 13). No es una persona que habla o escribe una cosa queriendo decir otra, no hay hipocresía en él, ni simulación, como aparentemente algunos aseveraban. Por el hecho de que no tenía nada que esconder, no tenía nada por qué avergonzarse.
Cada convertido en Corinto y en todos los lugares en donde él había predicado, eran “corona de gloria” para su ministerio, satisfacción para el presente y felicidad para el día en que debería presentarse al Señor de la grey (1 Ts 2:19).